Morla fue una de las figuras históricas españolas que más pasión y polémica provocaron en su época, un personaje singular que sigue siendo actualidad. Sin duda, una de las individualidades más notables salidas del Colegio.
Entre los primeros sesenta jóvenes cadetes admitidos en 1764, figura Tomás de Morla y Pacheco, buen estudiante que se distingue en todas las asignaturas y consigue estar incluido entre los quince alumnos que aprobaron el primer curso. Promovido a subteniente, el 5 de octubre de 1765, forma parte del destacamento enviado a Pinto durante los disturbios del motín de Esquilache, en 1766. Como a todos los alumnos aventajados, le confiaron trabajos docentes en el propio colegio, incorporándose a dicha tarea como ayudante del profesor titular de táctica Vicente Gutiérrez de los Ríos. A su iniciativa se debe la confección de apuntes para facilitar a los alumnos el estudio y el repaso de la asignatura.
En 1782, con el empleo de teniente, participa en el sitio de Gibraltar, donde resulta gravemente herido el 11 de septiembre, concediéndosele por los servicios prestados el empleo de capitán graduado el 1 de enero de 1783.
Una vez restablecida su salud, regresa al Colegio de Segovia, reintegrándose a la tarea docente. Como profesor de táctica, completa y amplía los trabajos de Vicente de los Ríos con importantes estudios sobre la artillería, fortificaciones, pólvoras y metalurgia, que quedan reflejados en su magnífico “Tratado de Artillería para uso de la Academia de Caballeros Cadetes del Real Cuerpo de Artillería”, trabajo que tendría notable influencia en varias generaciones de artilleros. Por su contenido y calidad, se hizo merecedor de grandes elogios en España y en el extranjero. Fue traducido a varios idiomas y se utilizó como texto para la enseñanza de la artillería en Holanda, Francia y Alemania. En recompensa por esta meritoria obra, recibió el grado de teniente coronel el 6 de abril de 1784.
En unión de Guillelmi, fue comisionado para visitar diversos países de Europa e informar sobre los últimos avances de la artillería y la fundición de cañones. Para ello, desde 1787 a 1791, viajó a Francia, Inglaterra, Irlanda, Holanda, Bohemia, Sajonia, Prusia y Austria. Como resultado de sus informes, redacta “Noticias sobre la constitución militar prusiana”, escrita en Berlín en 1790.
Las siderurgias inglesas le causaron gran impacto, por lo que se trajo a España numerosos documentos explicativos de la forma de fundir bronce y construir cañones para que fuese aprendido por los cadetes de artillería, lo que les obligó a estudiar inglés. Esto nos permite afirmar que la Academia de Artillería de Segovia fue uno de los centros de enseñanza pioneros en el aprendizaje de este idioma en España. Morla también observó en sus viajes otras actividades que consideraba podían interesar a España, como las artes o la agricultura.
A su regreso, con el empleo de coronel graduado, se le destina al departamento de Barcelona, donde asciende a brigadier el 16 de abril de 1792. Como lugar más idóneo para que pudiese aplicar sus conocimientos en la industria militar, se le encarga la dirección de la fundición de cañones, donde perfecciona los diferentes procesos de fabricación y promueve la adopción en España del sistema Gribeauval, por considerar que era el único que actuaba con rapidez y eficacia en la protección de la infantería.
En 1793, al declararse la guerra a Francia, con el empleo de teniente coronel de artillería, y el nombramiento de Cuartel Maestre General del Ejército del Rosellón, sirve a las órdenes del general Ricardos en la batalla de Masdeu, en la toma de Argeles y en la rendición del castillo de Bellegarde Como mariscal de campo se encuentra, asimismo, en las defensas de las líneas de Figueras, del 17 al 20 de noviembre de 1794. En 1795 es nombrado caballero de Santiago y se le destina a Castilla para sustituir a Crespo en el mando de su ejército.
Terminada la guerra con Francia, asciende a teniente general el 16 de septiembre de 1795; escribe el libro “Campaña del Rosellón”; y se le encomienda la misión de dirigir las principales defensas de los Pirineos junto a O`Farrill y Samper. Demuestra su gran capacidad de trabajo, al terminar en seis meses la redacción de cuatro reglamentos de artillería que se le habían encomendado sobre plantillas y organización, funciones y ascensos de los oficiales, comisarios de guerra y juntas económicas, uniformidad, devengos y armamento. Una vez finalizado, forma parte de la Junta de Generales encargada de redactar unas nuevas ordenanzas generales del ejército.
En 1797 Godoy le designa para que reforme y actualice las fábricas de pólvoras de Murcia y Granada, cometido que ejerce durante dos años al frente de un equipo compuesto por oficiales de artillería. Finalizada esta comisión, redacta “Arte de fabricar la pólvora”, obra que fue declarada de uso obligatorio de los alumnos del Colegio de Artillería, y que es enviada a las unidades artilleras para enseñanza. El 28 de junio de 1800 es nombrado Capitán General de Andalucía y Gobernador de Cádiz, donde hace frente a una epidemia de fiebre amarilla que amenazaba invadir toda Andalucía, y al temor de que una escuadra inglesa, situada fuera de la bahía, pudiera atacar la ciudad.
Ante las dificultades que presentaba la defensa de Cádiz, envía un mensaje al almirante Keith en el que le sugiere que abandone sus propósitos, debido la grave epidemia que padecía la ciudad y para evitar el contagio de sus soldados y un gran derramamiento de sangre.
La divulgación de dicha carta produjo el descrédito del almirante inglés por su actitud poco humanitaria, que junto al empeoramiento de las condiciones meteorólogicas, hizo que desistiera de sus propósitos. Junto con los almirantes Moreno y Ruiz Apodaca, encargados de preparar el ataque, forzó la rendición de la escuadra francesa de Rosilly en la bahía de Cádiz, el 14 de junio de 1808. Tras la capitulación francesa en Bailén, en desacuerdo con Castaños y su pacto con Dupont, se opuso a vigilar y embarcar los prisioneros con destino a Francia, al no tener el personal de vigilancia ni medios para hacerlo. El 30 de septiembre de 1808 la Junta Central le nombra Director General de Artillería y, el 9 de noviembre, Fernando VII, Consejero Nato del Supremo Consejo de Guerra. Una vez en Madrid, ante el avance del ejército francés, dirige la fortificación de los puertos de la Sierra de Guadarrama.
Al llegar los invasores a Segovia, se apoderaron de numerosos fondos de la valiosa biblioteca del Colegio, entre los que se encontraban ejemplares de su Tratado de Artillería, muy valorado por los franceses, al considerar a Morla como uno de los tratadistas artilleros más importantes de Europa. Deja su puesto de Inspector General de Artillería, y junto al Marqués de Castelar se le encomienda la difícil defensa de Madrid, dando comienzo la etapa más debatida de su vida. Su misión era oponer tal resistencia a Napoleón que con el desgaste desistiera de su empeño, aunque estaba convencido de la inutilidad del encargo si el poderoso ejército francés ordenaba el ataque, al ser la capital un objetivo prioritario del Emperador para poder instalar en la Corte a su hermano José como rey de España.
Falto de medios y abandonado de hombres importantes, como Castelar e Infantado, el 3 de diciembre de 1808 se vio obligado a capitular para evitar inútiles derramamientos de sangre. La entrada de Napoleón en Madrid oscureció al ilustre artillero, que fue acusado de traidor al ratificarse públicamente a favor de rendir Madrid a Napoleón y por sus elogios a José Bonaparte, quien le recibe en Palacio muy cordialmente y le ofrece importantes cargos.
Enterada la Junta, le despojó de todos sus honores y le incautó todos sus bienes. Quizá llevado de una fuerte depresión, ante el abandono moral al que fue sometido y el verse desarraigado del ejército español, le llevo a colaborar con el invasor.
Permaneció en Madrid, donde José Bonaparte le confirmó, en marzo de 1809, como Consejero de Estado, asistiendo el 3 de mayo al primer Consejo presidido por el Rey. El 18 de mayo le nombra Presidente de la Sección de Guerra y Marina, y el 20 de septiembre le concede la Gran Cruz de la Orden de España. Enfermo y desmoralizado fallecería en Madrid el 6 de diciembre de 1812. Morla fue una de las figuras históricas españolas que más pasión y polémica provocaron en su época, un personaje singular que sigue siendo actualidad. Sin duda, una de las individualidades más notables salidas del Colegio.