Vocación militar al servicio de la ciencia

Este viernes se conmemoran los 250 años desde la fundación de la Academia de Artillería de Segovia

Templanza, paciencia, fortaleza, fortaleza y justicia. Son los valores que describen a los artilleros.

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La impresionante escalinata que da acceso a la  Academia de Artillería de Segovia recuerda esos componentes del ADN artillero, compuesto también por el trabajo en equipo, la lealtad y el respeto a las tradiciones, mezclado con la innovación. No en vano, la aportación científica y técnica del Cuerpo es más que relevante, pero quizá menos conocida, en sus 250 años de vida, desde que el Rey Carlos III, impulsado por su espíritu ilustrado y en su afán de situar a España a la altura de las primeras naciones de Europa, decidiese aglutinar los hasta entonces dispersos centros. El 16 de mayo de 1764, la inauguración en el Alcázar del Real Colegio de Artillería marcó un primer hito en la evolución innovadora del centro de formación de oficiales en activo más antiguo del mundo, que este viernes conmemora con un acto militar en los jardines de la misma fortaleza, presidido por el Rey Don Juan Carlos.

«No sólo éramos artilleros que íbamos a utilizar los cañones. También estábamos en las fábricas de armas diseñándolos y fabricándolos, y eso nos ha dado un plus de carácter científico-técnico» que, tras ochenta años perdido, ahora forma parte otra vez de la formación de los oficiales y suboficiales, destaca el actual general director de la Academia de Artillería, Alfredo Sanz y Calabria. Y es que los llamados hijos del Colegio hicieron posible que, por ejemplo, la ya tardía Revolución Industrial entrase en España. Los artilleros supusieron «la cabeza fundamental» en este proceso que sin ellos «seguramente se hubiese demorado hasta que hubiera habido una masa crítica de cabezas pensantes con la formación académica para poder hacerlo. Y eso a lo mejor hubieran sido 40 ó 50 años», subraya.

Relevante es también su aportación al movimiento sindical y los seguros, pues el monte pío de Artillería creado con una caja de resistencia para solucionar «el enorme problema» del hambre en los poblados surgidos en torno a las fábricas de armas cuando en 1823 se disolvió por primera vez el Cuerpo es otra de esas aportaciones.

Destaca la «importante» contribución a la industrialización a través de esas fábricas de armamento que proliferaron por todo el territorio nacional y que permitieron «extender la cultura industrial». Y significativa también su contribución a la «evolución» de la universidad, en ese 1764 todavía fundamentalmente de carácter humanista y con el estudio de las ciencias recluido a los seminarios jesuitas. «Lo que permite el Colegio es una popularización de la ciencia a través de las sociedades económicas de amigos del país y de la expansión de las escuelas de ingeniería», creadas a partir de 1850 por Francisco de Luxan, artillero, académico y científico.

Ilustres

El cardenal Cascajares; un virrey egipcio; el científico Fernández Ladreda; Francisco Elorza, ingeniero y renovador de las escuelas industriales; Manuel Jiménez Alfaro, «padre» de la Fasa en Valladolid; Vicente de los Ríos, autor del primer estudio introductorio realizado por la Real Academia sobre El Quijote; pintores, académicos, héroes… La nómina de artilleros «ilustres» entre los 11.500 alumnos que han pasado por las 330 promociones de la Academia Artillería y han impreso su nombre en la historia en los más diversos campos «es impresionante». «La apuesta por la excelencia y la calidad da mucho de sí», resalta su actual director, quien reconoce que, como en toda historia, «también hay villanos y traidores».

Y no menos relevante en la lista de profesores sobresalientes en un devenir que desde el principio apostó por situarse a la vanguardia. El Colegio comenzó su andadura poniendo en marcha un Laboratorio de Química Aplicada a la Metalurgia y la Artillería, el mejor del mundo en aquellos tiempos. Al frente, el químico francés y padre de la ley de las proporciones definidas, Luis Proust. Tomás de Morla, brillante alumno de la primera promoción, regresó al colegio y firmó el primer Tratado de Artillería, o Pedro Velarde, uno de los héroes del levantamiento del 2 de mayo de 1808 contra los franceses también forman parte de la lista de docentes.

Pero no sólo vive de pasado. Ahora apuesta es por una «excelencia» a punto de certificarse y que supone «un compromiso con hacer las cosas como hacíamos antiguamente, pero tratando de ser, incluso, un poco mejores». «Formar artilleros, tenerlos preparados para que que pueden combatir si hace falta y cubrir las necesidades de seguridad que tengan los españoles», sin olvidar aspectos como la prevención de riesgos laborales, el respeto medioambiental o la igualdad de género, para estar «entre las más punteras de su ámbito».

Fluida relación

Más de dos siglos de historia indisolublemente unida a Segovia, aunque las guerras del convulso siglo XIX y principios del XX foraron más de una precipitada huida. En 1862, un devastador incendio que durante tres días arrasó el Alcázar obligó a cambiar de emplazamiento, desde entonces en el antiguo Convento de San Francisco, donde la actividad de la Academia late en el corazón de Segovia, que en 1956 le concedió la Medalla de Oro de la Ciudad en «reconocimiento a su permanente a integración en la vida ciudadana» y que cada año, desde hace más de sesenta, nombra segovianos honorarios a los cadetes. Esos militares que combinan su formación, generación de tácticas, investigación e instrucción con la activa participación en la vida segoviana. Si los ciudadanos les arropan en los desfiles del 2 de mayo y Santa Bárbara, ellos corresponden participando en fechas señaladas como la bajada de la Virgen de la Fuencisla o la procesión de Semana Santa. Intercambios con las universidades y la vía que están intentando abrir para entrar también en las clases de FP, la colaboración con las empresas e instituciones forman parte de esa indisoluble relación fraguada a lo largo de 250 años entre Segovia y la Academia de Artillería.

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